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Entrevista realizada a Divna Nikolic en Fitur (Casa Balcanes)

entrevista

Minando estereotipos a martillazos.

Entrevista con una domadora de piedras

Divna corta la piedra ella sola, sin ayuda, y de la firmeza de su carácter deducimos que la dureza de la materia con la que trabaja se ha infiltrado en ella. Pero no crean que es una crítica a esta artista serbia, porque como aprenderán después de escucharla la complejidad de la piedra es mucho mayor de la que pensamos. Divna Nikolić nos enseña la riqueza de colores que pueden ocultarse dentro de un guijarro, el ritmo creado a partir de la aparente semejanza o la nobleza, un valor en desuso. Lecciones de artesana decidida a actuar cual zapadora del ejército, para acabar con los prejuicios que su país, Serbia, aún despierta en el nuestro.

La técnica que emplea la artista de Kasevar recuerda a los mosaicos que encontramos en Gramzigrad. “Siempre –dice con entusiasmo- me ha gustado el mosaico, porque yo he crecido en un país donde todas las iglesias están pintadas con frescos o adornadas con mosaicos. En Serbia es obligatorio aprender la técnica del mosaico para acabar Bellas Artes y sigo trabajando en ella, porque aunque uso muchas técnicas (óleo, grabado, icono, fresco…), el mosaico es mi pasión”.

Observándola trabajar entendemos que la simplicidad queda aparcada. Cada piedra se ubica en una posición precisa, transformando la rutina en el razonamiento de un miniaturista. “La gente que no conoce el mosaico piensa que la parte más dura es cortar la piedra, conseguir el tamaño y la forma, ponerlo y consolidarlo en cemento, pero ésa es la parte digamos mecánica que hay que aprender, de albañilería. La parte más importante es la artística, porque en el mosaico romano o bizantino que yo sigo, el tessellatum vermiculatum – donde vermiculus viene de “gusano”- todas las piedras están alineadas a modo de filas o gusanos. Dependiendo de por dónde vayan, de qué tamaño sean –si se ensancha o se estrecha la fila y de qué forma- se consiguen dinámicas, contraste, volúmenes… y es la parte más importante”.

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En esa matemática del mosaico Divna consigue componer texturas como las pinceladas en la pintura, en un arte que se remonta a los mosaicos de Uruc en Mesopotamia, y que en Serbia se asocian a lugares como Gramzigrad o Naissus (Niš) y otros muchos, pues en muchas iglesias se siguen haciendo mosaicos como nos explica la autora. Por algo intuimos algo de ritual en el acto de cortar la piedra: “Sí, es como una oración, como llegar a un acuerdo con la piedra, como domarlas y hacerlas más dóciles, es fantástico”. En su simbiosis, Nikolić habla de las piedras como si se refiriera a personas: “Es un material duro, pero muy noble. Cada piedra hay que conocerla”. Reconoce que siempre avisa a los alumnos de cómo son las piedras, a riesgo de que puedan tomarlo como una locura… “Hay personas –confiesa- que pueden pensar que me he ido un poco del ala, pero realmente cuando una conoce bien las piedras entiende que son nobles, cada una tiene su textura, su color, tiene su olor y como digo yo, tiene su carácter. Hay piedras que se rompen como quieren, hay otras que son más blandas, otras más duras. Ahora mis alumnos que trabajan con ella, me traen piedras de todos los sitios y me preguntan si ésta va a valer, si se va a cortar… Hasta uso guijarros de la playa y sé cómo van a ser por dentro, pero no todos valen y debo adivinar que cuando se rompa va a ser liso, que tendrá un color más intenso por dentro que por fuera…” Ojalá pudiéramos aplicar su conocimiento de las entrañas de lo inerte a las personas. Divna se sonríe: “Intento conocer el interior de la piedra…, a veces me la juega”.

Cuatro lados, es la etimología griega que Divna trae a colación al hablar de esa tesela, unidad mínima de la composición del mosaico y que ella corta a mano, a tenaza, martillo o yunque, para darle “esta parte tan natural y tan genuina que es lo que le da el nivel artístico”. Vive el arte como una misión, incluso pedagógica, a sabiendas de las dificultades aparejadas a subsistir del oficio, pero consciente de su obligación de «transmitir a mis alumnos lo que uno ha recibido de los demás, a la vez que estoy creando, exponiendo”.

La creadora afincada en Tres Cantos (Madrid) se siente un poco fuera de su tiempo según nos dice. Más aquí que en su país, claro. “No está de moda, aunque allí la gente que pasa por la facultad, lo conoce y lo vemos bastante más por la calle –el zoológico de Belgrado está todo por fuera forrado de mosaicos-. Aquí se ha recluido en la época romana como si no lo pudiéramos sacar de ahí; es como me tratan a mí a veces, como si fuera arcaica, a pesar de que estoy haciendo obra contemporánea con motivos abstractos a partir de movimientos sólo con piedras blancas, lisas, sin nada más”. Entiendo que quizá tienen más éxito los figurativos, más anclados a la tradición…, pero Divna nos aclara que depende de la sensibilidad de las personas: “Hay gente que se maravilla sólo con el blanco y negro, porque es donde ve el ritmo de las teselas, sin que le distraiga el color”. En su caso, la única distracción a este amor por el mosaico coincidió con los primeros años de su hija, porque “con una niña pequeña no se puede dedicar uno a la piedra”, nos explica. Ahora es ella, pintora, la que, empieza a interesarse más por el arte de mamá, ya que antes “no tenía tampoco mucha fuerza para dedicarse a la tenaza”. Nos interesa saber si ser artista de mosaicos es una labor de por vida, si se podría dedicar a ello con setenta años o si requiere una paciencia y una fuerza especiales, a lo que Divna nos responde que las herramientas son las que suplen las posibles carencias del paso de los años: “No te debe limitar la edad -yo he tenido una alumna de 82 años-, porque no se necesita tanta fuerza; la mano se acostumbra a hacer un poco más de esfuerzo, pero hay herramientas (martillo, yunque, la tenaza que es ergonómica) con las que no hay ningún problema. La fuerza física no es el problema, sino más bien la pasión que uno tiene o no”.

Volvemos a observar sus manos al fragmentar la piedra, al disponerla, incrustada sobre el diseño y no podemos dejar de pensar que la esencia serbia está impregnada también de esa chocante ambivalencia, de fuerza y sensibilidad. “Yo creo que hay algo de la cultura que se nos ha inculcado, de aprender algo a fondo. Al menos a nosotros, hablo de mi generación, nos han enseñado a ser muy tenaces, a trabajar de un modo no superficial, a no lograr nada fácilmente, y a que después el resultado es fantástico, así que vale la pena invertir tiempo, tenacidad y dedicación”.

FUENTE: Casa Balcanes
Autora: Alicia González.

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